miércoles, 3 de julio de 2013

Volviendo a Santa Tecla


De pequeña había estado en  el Castro de Santa Tecla y desde entonces no había tenido la oportunidad de volver a visitarlo.
Años atrás me había parecido que aquello era como tocar el cielo, pero en mi última visita pude comprobar que aunque el castro está a bastante altura aún queda una distancia considerable hasta las nubes; pero el tamaño de un niño a veces no solo se reduce a su altura sino también a su imaginación.
En mi última visita al país vecino (Portugal) e intentando impresionar a mi primo, les sugerí a mis amigos salirnos de la autovía y hacer una rápida visita al Castro.
Según nos íbamos acercando al monte donde se sitúa el concurrido castro me fui dando cuenta de lo poco que tenían que ver mis recuerdos con la realidad.
De pequeña me habían impresionado las pendientes y continuas curvas que tenía la carretera que nos llevaba a lo más alto del mirador pero en esta ocasión no les di tanta importancia.

 
 
Una vez en la cumbre del Monte de Santa Tecla (y después de pagar un simbólico precio de acceso: 2 euros) pudimos disfrutar de las maravillosas vistas y de la desembocadura del Río Miño, sin lugar a dudas un lugar difícil de olvidar.
 
 


 
 
 
También pudimos visitar el Museo Arqueológico que han construido en el lugar con restos de la cultura castreña.

 


 
Y no pude irme sin comprarme unos detallitos para los familiares y amigos, me encantan los puestos de collares de piedras marinas y de souvenirs variados.
Después de subir al punto más alto del Monte, empezamos a descender de nuevo y a mitad de camino se encuentra el poblado castreño con sus reconstrucciones de chabolas y sus petroglifos de mil años de antigüedad.








Volviendo a la carretera me di cuenta de por qué ese lugar había permanecido en mi mente durante tantos años y para los que nunca lo habéis visitado aquí os dejo mi recomendación de la semana.

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