miércoles, 17 de julio de 2013

Volviendo a Barrañán


La playa de Barrañán (en el Concello de Arteixo) es una de las más conocidas y concurridas de las afueras de A Coruña y desde pequeña suelo frecuentarla.
 

No recuerdo exactamente la edad a la que mi familia comenzó a llevarme, pero sí recuerdo montón de anécdotas que me ocurrieron en ella, desde excavar agujeros en la arena y dejar que mis primas me enterrasen en ellos hasta buscar sitios tranquilos en las dunas para huir de la multitud en los fines de semana.



La verdad es una playa bastante estropeada por la mano del hombre, primero porque bajando desde Arteixo hacia Barrañán encontramos una horrible cantera a la mano derecha que estropea mucho las vistas de la playa.


Segundo porque una vez en el arenal podemos ver al fondo una pequeña parte del Polígono de Sabón con la chimenea de la central y en los últimos tiempos podemos ver de frente como avanzan las obras de lo que va a ser el nuevo puerto exterior de A Coruña, con lo cual las vistas dejan mucho que desear.
 
 

Aún así se puede disfrutar de un precioso día en esta playa, sobre todo porque tiene zona de ría para los niños, amplia zona de arenal, dunas en las que esconderte y también al fondo hay una pequeña cala nudista.

 

 
 
A pesar de todos estos cambios, para mí, sigue siendo la playa de mis recuerdos y aunque pasen los años siempre acabaré visitando de nuevo Barrañán.
 

miércoles, 3 de julio de 2013

Volviendo a Santa Tecla


De pequeña había estado en  el Castro de Santa Tecla y desde entonces no había tenido la oportunidad de volver a visitarlo.
Años atrás me había parecido que aquello era como tocar el cielo, pero en mi última visita pude comprobar que aunque el castro está a bastante altura aún queda una distancia considerable hasta las nubes; pero el tamaño de un niño a veces no solo se reduce a su altura sino también a su imaginación.
En mi última visita al país vecino (Portugal) e intentando impresionar a mi primo, les sugerí a mis amigos salirnos de la autovía y hacer una rápida visita al Castro.
Según nos íbamos acercando al monte donde se sitúa el concurrido castro me fui dando cuenta de lo poco que tenían que ver mis recuerdos con la realidad.
De pequeña me habían impresionado las pendientes y continuas curvas que tenía la carretera que nos llevaba a lo más alto del mirador pero en esta ocasión no les di tanta importancia.

 
 
Una vez en la cumbre del Monte de Santa Tecla (y después de pagar un simbólico precio de acceso: 2 euros) pudimos disfrutar de las maravillosas vistas y de la desembocadura del Río Miño, sin lugar a dudas un lugar difícil de olvidar.
 
 


 
 
 
También pudimos visitar el Museo Arqueológico que han construido en el lugar con restos de la cultura castreña.

 


 
Y no pude irme sin comprarme unos detallitos para los familiares y amigos, me encantan los puestos de collares de piedras marinas y de souvenirs variados.
Después de subir al punto más alto del Monte, empezamos a descender de nuevo y a mitad de camino se encuentra el poblado castreño con sus reconstrucciones de chabolas y sus petroglifos de mil años de antigüedad.








Volviendo a la carretera me di cuenta de por qué ese lugar había permanecido en mi mente durante tantos años y para los que nunca lo habéis visitado aquí os dejo mi recomendación de la semana.